jueves, 24 de mayo de 2007

Bitacora del Inmigrante


Ya estoy en casa...
Después de un año de haber salido de Venezuela y haber aterrizado en un encantador pueblito canadiense, rodeado de campos de maíz y de un aura de sosiego, decidimos que ya era tiempo de comprar una casita. El día en que firmamos la compra, me entró una extraña sensación de pertenencia a este lugar. Como si me hubiera convertido en árbol y las raíces, socavaban la tierra, y la savia me daba fuerza y fortaleza.

Esta casita de alegres colores y aires es un pedazo de territorio que ahora me ata, donde me siento segura, no solo por que ya no estoy echando el dinero al saco sin fin de la renta, sino porque ya no escucho los rumores de que algún pequeño funcionario de segunda, pero con ínfulas de gran ministro, juez o dignatario, me la va a expropiar en nombre de una Revolución de la cual no pedí ser parte, ni que me van a atestar la casa con tres familias mas, pues la consideran con suficiente espacio físico y espiritual para 15 personas.

Como en general, se habla de Compra-Venta, también decidimos vender las propiedades que teníamos en Venezuela. Y es que mi tía Cecilia siempre dice “Las propiedades perturban”. Traen un rastro de problemas, grandes y pequeños, así que hay que salir de las cosas que ya no cumplen el cometido de hacernos sentir pertenecidos. Se venden para aligerar las cargas financieras, operacionales y emocionales, pero no sin pagar un precio: el de los recuerdos. Todas las memorias vividas en lo que fue la casa de mis sueños, permanecen vivos. Y la huella de nuestras almas seguirá morando en esa casa que dejamos atrás.

No hay comentarios: